En un acto de curiosidad y valentía el otro día me dió por probar por segunda vez en mi vida el té. Llegó a mis manos un té negro de Chelsea traído directamente de England por un conocido. La cosa no podía ser más estereotípica.
Tras esperar unos instantes a que las finas hierbas negras se disolvieran en el agua caliente, después de filtrar la ingente cantidad de posos y seguido de añadir una cucharada de azúcar acerqué la mezcla aromática humeante a mi boca y llegué a una conclusión:
NO ME GUSTA EL TÉ.
Motivo: El olor. El té huele a manzanilla. La manzanilla huele a enfermedad. La enfermedad huele a muerte. Por tanto el té huele a quedarse en casa con fiebre y malestar estomacal. Y la manzanilla sabe fatal. Es triste, pero el té me recuerda a todo eso. Es ver una bolsita en agua y ya me entran naúseas.
Es un reflejo condicional y me siento como un perro de Pavlov. Pero es inevitable!
Ahora entiendo la fama de la "educación inglesa". Educación es poner cara afable a tus invitados mientras bebes este mejunje diabólico y sonríes todos los putos días a las 5 o'clock. Así se domina medio mundo caballeros.
Pero no me doy por vencido. Sé que en algún lugar en el mundo hay un té que me gustará y me podré beber entero sin echar mis entrañas por tierra; así que seguiré probando infusiones hasta que lo encuentre. ¿por qué? Because Science, bitch!
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